Tarde nublada y fría, normal para Londres, esto no impedirá que vaya a visitar a mi amigo, aunque no creo que quiera verme, fue tan lamentable lo ocurrido entre nosotros, es mi culpa que esté hospitalizado. Cómo pude pensar que él entendería la situación, es tan viejo o quizás yo soy muy joven, pero a pesar de nuestras diferencias estoy seguro de que los dos podemos compartir los mismos espacios, el mismo hábitat. Mi viejo amigo, si supieras cómo he disfrutado nuestras charlas vespertinas, tienes tanto que contar, claro que tú también has aprendido algo de mí, no puedes negarlo, yo puedo hacer cosas que tú nunca podrás y sin embargo todavía tienes tus adeptos.
Ya casi llego al hospital, sólo me faltan unas pocas calles, voy a acelerar el paso, aquellas nubes grises presagian una ligera lluvia, espero que mi compañero de batallas esté mejor, no quise decirle anticuado, se enojó tanto, creí que ya se moría, mi amigo no ha comprendido que el mundo ha evolucionado y si nosotros no lo hacemos con él nos podemos extinguir, como los dinosaurios. A lo mejor lo que lo tiene así es precisamente que sí lo entiende, pero aun no encuentra una salida a su situación. Dentro de poco ya no me tendrá sino a mí, le quedan pocos amigos, pobre viejo amigo mío.
He llegado, el hospital es un edificio moderno, de unos 20 pisos, con grandes ventanales, he entrado y en recepción he preguntado por mi amigo. La señorita muy amable me pidió un documento de identificación, lo ha mirado y me ha dicho: “habitación 1202, los ascensores están al fondo, puede seguir”.
Cuando iba en el ascensor recree de nuevo en mi mente la pelea que tuve con mi viejo amigo, pero esta vez, en mi cabeza un narrador de boxeo detallaba coloquialmente nuestro encuentro. Nuestro peleador joven le ha dicho a su contrincante que él no tiene suficiente memoria, el viejo amigo se ve muy molesto señores y señoras, ha lanzado un puño con todas sus fuerzas y le ha propinado un golpe al joven en la parte baja. Este ha caído al suelo, pero rápidamente se levanta y trata de ofrecer disculpas, pero el viejo amigo ya no es dueño de sí mismo, ahora está más enfurecido que antes. Intenta lanzar una patada pero debido a su edad no puede y cae al suelo, señores qué momento tan dramático. El joven ofrece su mano al viejo amigo, pero este la rechaza y se deja caer sobre la lona, creo que se ha desmayado.
Al entrar en la habitación, mi amigo estaba dormido, se veía muy indefenso, era un libro cerrado en su anaquel, entonces aproveche para hablar con su doctor. Dijo que mi amigo, el libro, había sufrido un ataque de pánico, pero que ahora se encontraba bien, pronosticaba que mi visita lo alegraría, prosiguió a contarme que mi viejo amigo estaba pasando por un momento de depresión, pues creía que ya nadie lo necesitaba y que lo estaban reemplazando por celulares como yo. Era cierto, pero no quise decírselo al doctor. Al final de nuestra conversación, el doctor me dio esperanzas y dijo que le darían un tratamiento con niños, que era su única opción para mantenerse vigente, que nuevas generaciones lo conocieran y empezaran a quererlo, me pareció una excelente idea.
Mi viejo amigo abrió los ojos, cuando me vio se le dibujo una sonrisa en el rostro, se disculpó por nuestra pelea, yo no quise darle importancia y le pedí que me contará de aquella vez que se perdió debajo de la cama por una semana y casi fue devorado por un ejército de pelusas.
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