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Siguiendo el Trazo





Ayer, luego de catorce años con nosotros, murió mi gato Arrugas. Era alérgico a las mentiras, cada vez que alguien decía una, él estornudaba tres veces seguidas. Tengo un recuerdo muy vívido al respecto.


Cuando tenía cinco años asistí al colegio por primera vez. Estaba muy entusiasmado, me gustaba la maestra, pues era paciente y nos enseñaba cosas increíbles. Todo iba muy bien hasta que llegó la hora de aprender a recortar por la línea.

La actividad me resultaba difícil, no lograba que la tijera se fuera derecho siguiendo el trazo dibujado en el papel y todo me quedaba torcido. “Manolo debes practicar en casa”, me decía la maestra.


Mis padres trabajaban, así que cuando llegaba a casa, mi abuelita era la que me recibía y estaba conmigo el resto de la tarde. Cuando ella me preguntaba si tenía tareas, yo respondía que no y de inmediato Arrugas estornudaba.


Al llegar mis padres me preguntaban cómo me había ido en la escuela, a lo que siempre respondía que bien con una sonrisa en la cara. Arrugas estornudaba.


Los días siguientes transcurrieron entre desgano, tristeza, desesperación y estornudos. Mis dibujos perdieron los colores, mis juegos ya no incluían a Arrugas. Ahora, andaba lento y cabizbajo.

Un día amanecí con dolor de estómago, mi abuela me sobaba la barriga con alcohol, mi madre aseguraba que era algo que había comido la noche anterior y mi padre decía que ojalá no fuera apendicitis. Yo no sabía qué quería decir esa palabra, pero en su forma de pronunciarla parecía algo serio. Entonces, Arrugas estornudó.


Mis padres no me enviaron a la escuela ese día. Estuve en casa comiendo, viendo televisión y dibujé un paisaje lleno de verde y azul.


Los dos días posteriores se repitió la misma historia: dolor de estómago, quedada en casa, estornudo de Arrugas. Al cuarto día, mi abuela se reunió con mis padres en la sala, yo me levanté sigiloso para escuchar algo de la conversación. Fue inútil, tan pronto me hice tras un sofá, Arrugas estornudo y me descubrieron.


En la tarde mis padres aparecieron juntos en mi habitación, no era una buena señal. Habían ido a hablar con mi maestra y se enteraron de mi dificultad con las tijeras. Acordamos que ellos me ayudarían en las noches cuando llegaran de sus trabajos, me explicaron que su deber como padres era ayudarme con mis problemas y que no tenía nada de malo no ser bueno en algo. Me sentí muy aliviado.


Mi abuela entró en mi habitación para darme el beso de buenas noches, entonces aproveche para preguntarle algo que no comprendía.


—Abu, ¿cómo se dieron cuenta mis papás de mi problema al recortar?


—Manolo mío, a una vieja como yo no la puedes engañar. Sino pregúntale a Arrugas como le quite esa alergia que tenía— respondió mi abuela al tiempo que me guiñaba el ojo.








Espero hayas disfrutado de este relato y lo compartas, tal vez puedes leerlo en la noche a tus hijos antes de dormir y pregúntales si les gustó o que entendieron, seguro ellos te sorprenderán.



- Mildred Niño -
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